Centro de Documentación e Investigación Judío de México
Soldados israelíes en el Muro de los Lamentos, 1967

Especial: 50 años de la Guerra de los Seis Días – Día 4

Continúa nuestro especial sobre los cincuenta años de la Guerra de los Seis Días con la primera parte de este artículo: las consecuencias de la guerra.

Consecuencias de la Guerra de los Seis Días

Raymundo Hernández

Han transcurrido cincuenta años desde la Guerra de los Seis Días y, aunque fue un conflicto bélico de corta duración, sus consecuencias se perciben hasta nuestros días. El estudio de dicho acontecimiento ha generado una amplia gama de bibliografía desde diferentes perspectivas de análisis y ha contribuido al desarrollo de un extenso debate –por demás, polémico– considerando la posición o el enfoque con que se aborde el tema. Sin embargo, la importancia de dicho suceso radica en el significado que tuvo, y que aún tiene, en el desarrollo de las relaciones políticas, sociales, económicas y culturales de la población israelí y palestina.

Es necesario contextualizar la Guerra de los Seis Días desde dos perspectivas: una regional y otra internacional. En el ámbito regional, se debe considerar que el conflicto está enmarcado en la disputa entre israelíes y árabes tras la creación del Estado de Israel, y la negativa de éstos últimos para reconocer la legitimidad del nuevo estado. En el ámbito internacional, el conflicto se enmarca en el ambiente de la Guerra Fría, de las alianzas internacionales en bloques, de la querella ideológica y política entre capitalismo y socialismo, y de la lucha entre las potencias hegemónicas –Estados Unidos y la Unión Soviética– por mantener su influencia sobre naciones o territorios que consideran de gran importancia geoestratégica. En este sentido, el caso del conflicto árabe-israelí y la Guerra de los Seis Días ejemplifica claramente la disputa geopolítica entre las potencias por consolidar su influjo en la región del Medio Oriente.

El conflicto armado se inició con un ataque preventivo lanzado por los israelíes, esto tras sospechar que la coalición árabe –Egipto, Siria y Jordania– estaba preparando una arremetida militar contra Israel; pero la ofensiva israelí sólo debe considerarse como el casus belli que desató la batalla entre ambos bandos ya que, desde algunos días atrás, se habían complicado las relaciones entre Israel y los países vecinos árabes, y que abrieron la puerta a la guerra total.

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La victoria israelí sobre las tropas árabes causó un ambiente de furor en el estado anímico de la sociedad israelí, y no era para menos: las Fuerzas de Defensa de Israel habían triunfado de manera apabullante sobre los ejércitos de tres naciones árabes. Es posible que ni los israelíes hubieran calculado una victoria tan rápida; sobre todo, después de los comentarios que hizo Gamal Abdel Nasser sobre “la oportunidad de arrojar a los judíos al mar”. Además se debe tomar en consideración que los ejércitos egipcio y sirio, habían sido recientemente equipados con el armamento más moderno por parte de la Unión Soviética, por lo que se esperaba que la contienda fuera altamente destructiva.

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En sólo seis días cambió el mapa geopolítico del Oriente Medio. El resultado inmediato del triunfo israelí fue la expansión territorial sobre regiones que habían estado bajo dominio árabe. Cisjordania y Jerusalén Este le fueron retirados al reino Hachemí; la Franja de Gaza y la península del Sinaí, a Egipto; y los Altos del Golán, a Siria. La incorporación de los nuevos territorios generó un debate dentro del gobierno y la sociedad israelí respecto a las acciones que debían emprenderse en las zonas recién incorporadas; aunque la opinión generalizada era que no se debía de regresar a las fronteras anteriores a la guerra.

En opinión del general Moshe Dayan, Israel debía utilizar la península del Sinaí y los Altos del Golán como una medida de presión hacia Egipto y Siria para alcanzar el reconocimiento del Estado de Israel por dichas naciones y, finalmente, conseguir un acuerdo de paz para la región. Para Cisjordania y la Franja de Gaza, proyectó una política de “Puentes Abiertos” que permitiera el desarrollo de la vida civil a través de la cooperación económica y el flujo de mercancías desde Cisjordania hasta Israel y viceversa; dicha política continuó desarrollándose hasta 1977, año en que el Partido Likud llegó al poder en Israel.

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El caso de Jerusalén Oriental es muy particular, ya que una vez que las fuerzas árabes fueron derrotadas en la ciudad, el ejército israelí tomó el control de la mismas; la sociedad y las autoridades israelíes mostraron gran emoción por el regreso a los lugares santos y, principalmente, al Muro de las Lamentaciones, que posee una gran valor espiritual para el judaísmo. Es el valor simbólico y espiritual que tiene la ciudad de Jerusalén para el pueblo judío lo que llevó a las autoridades israelíes a tomar la decisión de anexar Jerusalén Oriental a la soberanía israelí. La prensa mostraba su apoyo a las decisiones gubernamentales comentando y citando las expresiones del Primer Ministro Levi Eskhol: “Israel nunca retornará a las condiciones que existían antes de que estallara la tercera guerra árabe-israelí… Israel está dispuesto a discutir todas las cuestiones territoriales, con la excepción de la Vieja Jerusalén”. Por su parte, el Ministro de Defensa Móshe Dayan anunciaba: “Israel no retrocederá del territorio que ha ocupado desde Kantar hasta Kuneitra”.

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(continúa aquí)

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