Centro de Documentación e Investigación Judío de México

EL ARTE: propiedad privada, por Eduardo Cohen

Checa este artículo escrito por Eduardo Cohen Z”L, artista cuya obra se exhibe de manera temporal en la sede del CDIJUM.

En la edición de enero de 1979 de la revista Nuestras raíces, se publicó este texto de autoría del autor judeo-mexicano Eduardo Cohen Z”L, cuya obra se exhibe en la casa de la memoria judía como parte del proyecto “Entrecruzamientos culturales: el judaísmo y sus identidades”.

A continuación, te compartimos la transcripción de este texto.


Por Eduardo Cohen (Transcripción por Gabriela Tovar)

El uso abusivo del término cultura para designar únicamente a las expresiones culturales selectas y poco accesibles a la mayoría, conduce a una ambigüedad que no es inocua en lo absoluto. La delimitación restringida del concepto cultura, que concibe a esta exclusivamente como una serie de productos espirituales relevantes, excelsos, que manan naturalmente de una élite, y que solo pueden ser comprendidos por una minoría, tiene la función de justificar la dominación cultural -en un sentido amplio- que ejerce una minoría amparada en esta suposición.

La posición privilegiada que una minoría ostenta como derecho legítimo, la justifica mediante un razonamiento tautológico en el que los términos de los enunciados se justifica recíprocamente: la cultura es para una minoría porque una minoría “produce” la cultura.

Te invitamos a checar la entrevista que tuvimos con Esther Shabot sobre Eduardo Cohen Z”L

Esta concepción, al omitir como propio de la cultura todo tipo de comportamiento social adquirido, instituciones, así como las tradiciones, creencias, valores, ideas y sentimientos de toda una sociedad y que construyen la cultura en sentido general -entendida esta como todo el conjunto de actividad productora de información-, apunta hacia la reproducción de todo el sistema social, donde los distintos miembros agrupados en clases, ocupan distintas posiciones en el proceso productivo general y de cuya ubicación reciben una identidad y una recompensa específica.

Todo consumo de objetos prácticos y en consecuencia de objetos artísticos, implican un consumo de significaciones que tienden a la transformación del sujeto. Significaciones que en el caso de las obras de arte no se limitan, de ninguna manera, a ser la expresión codificada de una universalidad abstracta del hombre; por el contrario, son mediadoras concretas en el complejo proceso de reproducción en el sistema social.

Es obvio que este enroque del objeto artístico alude, no al plano propiamente estético, expresión de un universo poético, en el que la realidad es referida, al mismo tiempo es constituida a través de un lenguaje polivalente. Lo que aquí nos ocupa es el plano relacionado con la esfera de circulación del objeto artístico, y que es el del análisis del objeto artístico en tanto objeto que se produce y se consume al interior de una sociedad dada, en un momento dado, y que le confiere un carácter de instrumento que sirve como significante de un programa comunicativo, de una información o mensaje respecto de lo que habrá de lograrse con la peculiar satisfacción que resulte de su consumo.

Este consumo que no se da en un vacío, supone una red de relaciones sociales y de intercambio; de allí que la fuente principal de satisfacción puede derivar frecuentemente de la apropiación material del objeto artístico: este, transformado en mercancía, habrá de ser valorado, en última instancia, en el momento especifico de su circulación, constituyéndose en un instrumento para reafirmar una determinada identidad social. En esta dirección, el consumo de obras de arte de determinado tipo (efectuado de una determinada manera, en un lugar determinado), se articula al consumo de una serie de objetos prácticos: alimentos, vestidos, vivienda, etc., también de un cierto tipo, para configurar un discurso coherente que una clase utiliza para diferenciarse del resto de la sociedad y así asegurar la reproducción del proceso general.

Recuerda que puedes visitar la casa de la memoria judía y ver la exposición temporal de este artista

En nuestra sociedad, una minoría no solo posee los medios de producción de mercancías, sino que también monopoliza, los medios de producción de significaciones: la hegemonía de una clase se sustenta forzosamente en el control de ambos procesos productivos que se refuerzan recíprocamente. Las diferentes instancias de información cultural contribuyen a la mitificación del arte: la imagen romántica del artista, a que es proclive la sensibilidad popular, es el resultado de la exacerbación individualista que el discurso burgués exalta no por casualidad. Esos seres “solitarios, geniales e incomprendidos”, ilustran ejemplarmente las cumbres excelsas del individualismo: la más cara prueba de la bondad del sistema.

La mitificación del arte, la sacralización del artista, la idealización del proceso artístico, son medios de manipulación cultural que cuentan con el respaldo de los mismos artistas. Privilegiados en una sociedad desigual, los artistas serán difícilmente los primeros en impugnar su carácter de instrumento, de una estrategia de dominación económica, social y cultural.

No solo por eso: los artistas en tanto que están sujetos a una forma específica de trabajo que tiende a aislarlos, se serializan, incapacitándose como grupo para producir una ideología revolucionaria que cuestione el sistema en su totalidad. Por el contrario, la conciencia individualista del artista, derivada de su aislamiento, se constituye en un obstáculo para su incorporación en una lucha de amplios objetivos, cuya conquista supone, en principio el renunciamiento a sus propios privilegios.

Sigue leyendo en nuestro blog, te contamos sobre: El Sábado Secreto: periódico judaizante y órgano de los sefardíes de América

Referencia: 

Cohen E., (1979), Nuevas raíces, “EL ARTE: propiedad privada”, México, pp. 32-33, revista consultada en la hemeroteca del CDIJUM.