Centro de Documentación e Investigación Judío de México

Varian Fry: Salvador de intelectuales judíos (parte 5)

En 1940, Marc Chagall, Max Ernst, Hanna Arendt y Heinrich Mann, entre muchos otros miembros de la crema de la cultura europea, se vieron rodeados por los nazis en el sur de Francia. Fueron salvados por Varian Fry, un norteamericano vanidoso y solitario. En total, fueron rescatados 1,500 intelectuales y artistas.

En el primer número de la revista Zéjel, en el invierno de 1996, apareció un texto  de Donald Carroll titulado Varian Fry: Salvador de intelectuales judíos, en el que se narra la interesante historia sobre este personaje norteamericano cuya labor salvó la vida de algunos intelectuales en peligro debido a la persecución de los nazis.

A partir de hoy, cada semana compartiremos contigo una parte de este interesante texto. Aquí tienes la quinta y última entrega.

Varian Fry: Salvador de intelectuales judíos (5a parte)

Donald Carroll (Transcripción por Carmen Peña)

También queremos compartir contigo este serial: La Guerra de los Seis Días en seis entregas

Si te perdiste alguna de las partes anteriores de este serial, puedes leerlas aquí:

Primera parte

Segunda parte

Tercera parte

Cuarta parte


Comunicaciones vía tubograma

La solución que encontró Fry para el problema de comunicación fue más casera. Cuando se necesitaba enviar un mensaje urgente a Nueva York, Fry lo escribía a máquina en un pedazo de papel de carta aérea. Luego cortaba el papel en tiras delgadas, cada una de ellas contenía una sola línea y estas se pegaban de extremo a extremo. Cuando la goma de pegar se había secado el largo y delgado mensaje se enrollaba y se colocaba en un condón. Luego Fry hacía un tajo en la parte inferior de un tubo de pasta de dientes semivacío, colocaba el mensaje adentro y enrollaba el tubo para que se viera como cualquier tubo lleno hasta la mitad. El “tubograma” se entregaba entonces a un refugiado para que lo entregara en Estados Unidos. Jamás se perdió algún mensaje.

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De esta forma Fry logró organizar la huida de casi 1,500 hombres y mujeres incluyendo a los artistas Marc Chagall, Jacques Lipchitz y Max Ernst; músicos como Wanda Landowska; científicos como Emil Gumbe; escritores como Hanna Arendt y André Bretón.

Incluso con la creciente vigilancia y el acoso de la policía, Fry tuvo éxito. Logró su objetivo a pesar de una constante falta de cooperación de los funcionarios del consulado norteamericano en Marsella.

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En Nueva York lo esperaban una serie de crueles desilusiones. Era difícil encontrar trabajo y el Ejército de los Estados Unidos lo rechazó. Muchos de los célebres refugiados ahora no tenían tiempo para él.

Como consecuencia de estas dificultades su matrimonio con Eileen comenzó a tambalearse y en pocos meses se desmoronó por completo. Luego, en 1947, a Eileen se le descubrió un cáncer al pulmón. Aunque ya estaban divorciados, Fry todavía quería a Eileen y estaba desolado por los sucesos. Cuando ella estaba ya hospitalizada se sentaba al lado de su cama durante horas tratando de animarla. Eileen falleció a comienzos de mayo de 1948.

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Al año siguiente conoció a Annette Riley, casi 20 años más joven que Fry. Luego las cosas comenzaron a ir mal nuevamente. Le costaba encontrar revistas que publicaran sus trabajos y no duraba más de uno o dos años en el mismo lugar – no porque no fuese un buen trabajador sino porque reprochaba la flojera de los demás.

Una vez más comenzó a lamentarse, con más amargura que antes, de que nadie se acordaba de sus labores en Marsella y que le habían rechazado e ignorado algunos de los mismos a quienes él había salvado la vida.

Pero finalmente llegó el reconocimiento que él tanto había esperado. El 12 de abril de 1967, en una ceremonia llevada a cabo en el consulado francés en Nueva York, se le condecoró con la Croix de Chevalier de la Legión de Honor Francesa.

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Convencido de que por fin el mundo estaba preparado para escuchar sus historias, Fry comenzó a escribir un libro acerca de la suerte de tantos escritores y artistas europeos que estuvieron en sus manos. Desenterró viejos apuntes. Buscó a los antiguos camaradas. Se contactó con tantos refugiados como pudo. Y luego se mudó afuera de Nueva York.

El Joel Barlow High School de Redding, Connecticut, le había ofrecido un cargo de profesor de latín que él aceptó con entusiasmo. No solo era un buen trabajo sino también le otorgaba la oportunidad de abandonar amigablemente un matrimonio en ruinas. Especialmente, le brindaba la ocasión de estar solo y escribir el libro que le ganaría el respeto y la admiración que sentía que se le debía.

Encontró una amplia casa a pocas millas de Redding y, a finales del verano de 1967, se mudó a ella. Disfrutaba de un excepcional buen ánimo y se prestaba a enseñar y a escribir. Comenzó con ambas tareas pocos días después.

El martes 12 de septiembre, solo pocas semanas después de comenzar su nuevo trabajo, Fry no se presentó al colegio. Al día siguiente, cuando nuevamente no apareció, el colegio se preocupó y dio aviso a la policía. Un joven oficial llamado Richard Schwartze fue enviado a investigar.

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La puerta de la entrada estaba sin llave, informó Schwartze, y había una luz encendida en un dormitorio del segundo piso. Allí encontró a Varian Fry, acostado en su cama, reclinado sobre sus dos almohadas. Sus lentes estaban abiertos sobre la cama como si recién se los hubiese sacado, cansado de leer. A su lado había páginas manuscritas de su libro. Cuando un reportero de un diario local le pregunto a Schwartze, este describió el manuscrito así: “Parecía ser una obra de ciencia ficción”.

Carrol, D., “Varian Fry: Salvador de intelectuales judíos, Zéjel, 1996, Chile, pp. 35-41.