transcripción por Luis Fernando Meneses
Isaac Leib Peretz (1852 – 1915) fue un escritor y dramaturgo de origen judío, nacido en Polonia, conocido popularmente como el ‘padre’ de la literatura idish por su enorme contribución a la escritura en este idioma y ocupa un lugar como máximo referente de ésta junto a Mendele Móijer Sfórim y Sholem Aleijem.
Creció en un hogar ortodoxo y estudió en una Yeshiva de Zamosc. Más tarde, recibió educación privada y aprendió diversos idiomas como ruso, polaco, alemán y francés. Durante su vida fue, además de literato, comerciante, periodista y abogado. Luego de vivir un tiempo en territorio ruso, volvió a Polonia donde tomó registro de la vida cotidiana de la comunidad judía, lo cual reflejó constantemente en sus obras, las cuales, van desde poemas, dramas, bocetos humorísticos y cuentos.
En esta ocasión, en la Casa de la Memoria Judía te compartimos su cuento El rabino viejo, que gira en torno a la celebración de Yom Kipur y es un ejemplo de cómo abordó, en la mayo parte de su obra, los temas del folklore, la tradición y la cultura judía. La traducción de este relato de I. L. Peretz apareció en la edición del 22 de septiembre de 1945 del periódico “Prensa Israelita” y a continuación lo compartimos contigo, esperando que disfrutes su lectura tanto como nosotros.
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Toda la colectividad ya está congregada en la sinagoga, todos los hombres tienen puestos los amplios ropajes blancos, y encima de éstos los taletim.
Con quejas y lamentos rezan la oración que precede al Kol Nidré. Por fin, éstas terminan y reina el más profundo silencio.
Chispean centenares de velas de cera pura. Al frente está el Jazán con el coro. Se está por dar comienzo al Kol Nidré, y sin embargo, el rabino viejo no ha llegado aún. ¿Dónde estará?, ¿qué puede haber ocurrido? El más anciano de la colectividad despacha al schames a casa del rabino, pero la encuentra herméticamente cerrada, sin que se vea a persona alguna en su interior. ¿Dónde está el rabino?
Hace rato ya, bastante largo que ha abandonado su vivienda. En su camino hacia la sinagoga acierta a pasar frente a una casa solitaria, una pobre cabaña al final de la calle. Y del interior le sale al encuentro un llanto, y una voz infantil se deshace en lamentos: –¡Ayúdame, D-os mío!– El viejo rabino se acerca y franquea el umbral. Ve sentada a una pequeña muchachita, tiene en sus brazos a un niño de pecho, que llora desesperadamente.
–¿Qué te pasa, hija mía?–, pregunta el rabino.
–Mis padres han ido a rezar; yo estoy sola con mi hermanito que llora mucho, y no sé cómo consolarle.
–Anda y llama a tu madre; yo me voy a quedar mientras tanto con tu hermanito–.
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La niña dio un salto y se precipitó afuera, en busca de su madre. Pero en este día la sinagoga estaba repleta de mujeres y necesitó mucho tiempo hasta dar con ella.
Presurosa llegó la mujer con su hijita a casa, y ¡cuál no sería su asombro al encontrar ahí al rabino, al viejo rabino, vestido con su ropaje blanco y con el talit encima, teniendo en sus brazos a su pequeño hijito! Y como si hablara con el niño, el rabino rezaba el Kol Nidré, pero la criatura reía a través de sus lágrimas al mirar la cara bondadosa del anciano, y jugaba con las guedejas de su luenga barba gris.
Entregó al niño a la madre sobrecogida, y con paso acelerado se encaminó hacia la sinagoga.
Al entrar en la casa de D-os, toda la congregación se dirigió hacia él: todos quisieron saber la causa de su tardanza tan prolongada. El rabino informó a los concurrentes de lo sucedido y agregó: “Nosotros los adultos, hemos de llorar y de lamentarnos, puesto que hemos pecado contra D-os; pero, ¿por qué tienen que llorar las criaturas que aún no han cometido nada malo?”
Referencia.
Peretz, I., (22 de septiembre de 1945), El rabino viejo, “Prensa Israelita”, Hemeroteca del CDIJUM, Centro de Documentación e Investigación Judío de México, p.3.
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