El escritor israelí Nir Baram –quien participó en la primera Feria Internacional del Libro Judío, en 2017– nos compartió un breve homenaje al gran Amos Oz, recientemente fallecido. Con su permiso lo hemos traducido y se los ofrecemos a continuación.
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Las palabras crean un mundo y los lectores somos, una y otra vez, invitados al mundo que creó Amos Oz. Ese mundo contiene cosas comunes y cosas inusitadas, y lo inusitado es tan importante como lo común, porque no deberíamos sentirnos demasiado cómodos en el mundo: algo en él debería retarnos, llevarnos a ver las cosas de maneras nuevas. Y entonces el libro termina, y el mundo efectivamente desaparece para nosotros, somos expulsados de él, pero volvemos a casa sutilmente cambiados.Ese, para mí, era el poder más grande de Amos Oz: crear mundos por medio de las palabras. Pero también había algo más: quien llegaba a conocerlo bien se daba cuenta de que todo lo que se veía desde lejos en él era cierto. Era una persona muy honesta, era generoso, podía decirte cosas crueles si pensaba que estaba equivocado, pero siempre te escuchaba y te respetaba. Pensaba en lo que decías, sabía escuchar. Amos era una persona política y un intelectual, pero no eligió esa responsabilidad. A veces, cuando lo miraba me parecía que aquello se le había impuesto, que le resultaba difícil, pero él cumplió con la encomienda, heroicamente, por muchos años. Su voz política era tal que, aunque a veces no estaba de acuerdo con él, nunca dudé de su valor y su integridad. Era uno de los más grandes escritores que hemos tenido, quizá uno de los mayores escritores judíos de los siglos XX y XXI. Su voz era lúcida, nitida. Sus palabras eran bellas, y no porque fuera adornado, o porque tratara de impresionarnos, sino porque así hablaba y pensaba: por medio de las palabras. Era un maestro del lenguaje, un maestro de las historias, un escritor a quien recordaremos y discutiremos por décadas. Tal vez hasta por siglos.(Traducción: Alberto Chimal)
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