Este año se cumplen cuatrocientos de la publicación de una de las novelas más influyentes de la literatura: El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, y de la muerte de su autor, don Miguel de Cervantes Saavedra.
Se dice fácil pero ¿cuántos libros se han escrito y olvidado en estos cuatro siglos? Quizá la verdadera pregunta sería: ¿por qué seguimos acordándonos de Don Quijote, si los tiempos y el idioma han cambiado tanto desde entonces?
Parte de la respuesta es que hay cosas en El Quijote que permanecen, gracias a la capacidad de Cervantes de crear personajes creíbles, con lo que podemos sentirnos identificados, a pesar del tiempo transcurrido entre su época y la nuestra. Tomemos por caso al protagonista: Alonso Quijano, un “hidalgo pobre” que se vuelve loco por leer muchas historias de caballeros andantes, al grado de creerse uno. Por cierto: los hidalgos eran la parte más baja del escalafón de la aristocracia castellana. Si encima eran pobres, apenas tenían privilegios; y locos, menos.
Y peor si su locura consiste en “luchar por la justicia”. El equivalente actual sería que, de tanto leer cómics, el protagonista se creyera súper héroe y saliera a la calle, disfrazado de Superman o Batman: la gente que se topara con semejante personaje no pensaría “ah, mira, un súper héroe” sino “ay, un loco, que alguien lo controle”.
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¿Cuántas veces no nos ha tocado ver a un idealista que es tachado de loco, o que, en su esfuerzo por hacer cosas buenas, complica más la situación? Capaz que alguna vez estuvimos nosotros en ese papel.
Pero además está Sancho Panza, vecino que, en la imaginación del hidalgo, se convierte en su escudero. Sancho es el perfecto contraste con Don Quijote: no sólo es cuerdo mientras que el otro está loco; además, tan práctico, simple, pícaro e iletrado es Sancho como el Quijote es idealista, complejo, inocente y culto. Seguro que, en más de una ocasión, con quien nos sentiremos identificados es con Sancho.
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Y así este par recorre la Castilla de su tiempo enfrentando la visión fantástica de uno (con hechiceros y gigantes) con la mirada realista del otro (con gente común y molinos de viento), mientras el lector tiene una vista privilegiada de ambas, en aventuras llenas de sentido del humor.
Es una pena que al final Quijano recupere la cordura y diga que todo fue obra de su mente confundida: si no se hubiera añadido esto, el realismo en la literatura en español no sería tan cuadrado hoy en día. Pero hay que tomar en cuenta que, en los tiempos y terruños de Cervantes, la Inquisición era cosa peligrosa, y que en España y sus colonias cualquier mención a temas fantásticos podía ser considerada herejía.
Eso nos lleva a otro tema interesante: los biógrafos y estudiosos de Cervantes siguen discutiendo si era de origen judío o no. Entre los muchos puntos contenciosos destaca el hecho de que se ha descubierto que la inscripción de nacimiento, en los libros de la iglesia de Alcalá de Henares, donde se creía que nació, fue falsificada. Eso en sí mismo podría significar solamente que no nació en Alcalá pero ¿por qué ocultar el lugar de nacimiento? Se maneja la tesis de que Cervantes quería ocultar, más bien, su segundo apellido, Saavedra, común entre judíos conversos, por considerarlo no sólo un serio obstáculo profesional, sino un riesgo a su vida.
Quienes defienden que Cervantes fue judío aportan datos entresacados de El Quijote. Dicen que hay multitud de costumbres judías escondidas en sus páginas e incluso hay quien asegura haber encontrado una página del Talmud transcrita casi entera en el capítulo VI de la novela. Sin embargo, no hay pruebas concluyentes y la polémica sigue viva.
En cualquier caso, esto es interesante: que tanto tiempo después del nacimiento de Cervantes se siga discutiendo al respecto, que se siga recordando al autor y leyendo su obra, algo nos dice, más allá de sus orígenes.
También llama la atención la cantidad de traducciones y ediciones que hay de esta obra. Por ejemplo, existe una traducción al idish, realizada en 1950 por P. Katz, en Argentina. Podría parecer una edición tardía, pero no nos dejemos engañar por la primera impresión: en realidad, esta edición es importante en varios sentidos. Para empezar, apenas unos años antes, durante el Holocausto, los grandes centros de la cultura judía europea habían sido prácticamente aniquilados, y los sobrevivientes, sobre todo los jóvenes, se estaban alejando del idish. La editorial I.K.U.F., responsable de la publicación, manifestó con este gesto la esperanza en que lo hermoso, lo universal, puede perdurar. ¿Qué mejor forma de hacerlo, que con la obra cumbre de Cervantes?
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Por cierto, en el Centro de Documentación e Investigación Judío de México hay ejemplares de la edición en idish de Don Quijote. Los invitamos a visitarnos y conocerla.
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(Texto de Raquel Castro)
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